20 de julio de09
“El amor es, acaso, la última utopía que nos queda, y es preferible salir del planeta si no se vive de amor. Es decir, si no nos morimos de amor”. Gonzalo Rojas.
Rojas también enuncia: “¡El amor es tan relámpago! Parece que es y en ese mismo instante ya no es. La costumbre es otra cosa y de eso no hablo”. Vamos a ver: en primer lugar, que las cosas sean así es un poco tomadura de pelo tirando a injusticia. En segundo: citar a Catulo –“Amo y desamo y vivo enamorado del amor”- suena a excusa, cara, pero excusa.
Desde el hedonismo siempre se ven fáciles las cosas, igual que desde la entrega resignada de nuestra rémora congénita. Pero el ser humano es un animal terco que aspira a la eternidad. Contra la razón, ni quiere morir, ni quiere dejar de amar, en el fondo, a la misma persona. La sicología más antropológica –y la más reciente- explica muy bien estas cosas: que si uno busca instintiva y razonadamente a la persona que mejor le perpetúe a través del único destino posible: la procreación; etcétera. No digo que la homosexualidad vaya contra las leyes naturales, simplemente la realidad nunca es entera.
Nos vendieron el cuento de que somos racionales y aquí andamos pagando las consecuencias. Tiene razón Rojas cuando dice que el amor es la única utopía que nos queda. La química, a su modo, conspira contra el amor en su fase previa y contra las canciones de María Dolores Pradera. Y nos deja a merced de oxitocinas con fecha de caducidad. El amor en su fase previa es el enamoramiento, algo de lo que nadie en su loco juicio debe confiar.