4 de septiembre de 2011
“El internauta debe imponer los límites en la red”, acaba de decir Peter Fleischer. El director de privacidad de Google resulta que no cree en la privacidad. La encuentra “algo muy relativo”. Elude la carga de la prueba diciendo que es el usuario quien debe ser “consciente de sus actos”. Cierto, pero, ¿desde cuándo el rebaño es dueño de sus balidos y de la música que emite su cencerro?
El populacho vuelca, no necesariamente por este orden: ideas, sentimientos, gustos, filiaciones, amigos, espacio y tiempo en los que vive, en ocasiones, hasta con documentación gráfica. Las redes sociales son la forma de control mejor planificada. Ni siquiera es prostituirse porque, a cambio de la venta de uno y su exhibición, no hay nada. Por tanto, no hay carta de derechos ni constituciones que capaz de defenderlo. Casi es anecdótico que los medios de comunicación hayan ampliado a estas plataformas su banco de datos, como demuestran tras cada suceso. Huelga comentar las consecuencias por evidentes.
Google ha comenzado a borrar perfiles que estima falsos y Facebook sólo acepta nombres reales. No quieren el anonimato, en oposición a los riesgos que encuentran diversas fundaciones a tal política.
Quedan exentos líderes de opinión y personas públicas, necesitados de plataformas promocionales. Los demás, anónimos, quedan chistosamente vigilados en un clic. Hasta con filtros, siempre salvables, sigue habiendo excesiva información sensible. ¿Cómo va a querer Google un director de privacidad con el negocio que comporta?