25 de noviembre de 2014
“Y si fuimos
heridos, lo fuimos para siempre”. Pere Gimferrer. Todo irremediable. Ahora: herida
la inocencia, ¿ésta se pierde? No hay golpe que no sea definitivo; vida, igual a holocausto. “Si arrancados los ojos, no
hubiese ya más lágrimas”. Pero sobreviven las cuencas. Y las cuencas, ajustadas
a diccionario, son: ‘Territorio cuyas aguas afluyen todas a un mismo río, lago
o mar’. La definición habla de la muerte sin mentarla, como hay que hacer con
todo: mediante elipsis. Toda definición habla de la muerte, de hecho. El diccionario,
más allá de sus palabras crepitantes, es un cementerio. De las aguas explícitas en el
significado llegan lágrimas nuevas, subsistentes a la pérdida del ojo. Ciegos, no más
fácilmente detectables: “Al vivir nos espía el farol del pasado”. Las esquinas no facilitan la huida. El pasado no sigue a pie; su mirada es aérea.
El futuro quiere conquistarla; tiene atributos de deidad. Las personas, en el
tablero, son figurantes. Si encuentran un verso, logran justificar otro día. Abandonan las
responsabilidades más funestas, si son inteligentes. Y brindan por cualquier cosa. Miran por la ventana.
Y si hace mal tiempo, ríen. Más. Y mejor.