22 de mayo de 05
Pedro Pérez Castro ha escrito una carta a los directores de todos los museos de España como Kafka las escribía a su padre: aunando soledad, frustración y angustia. El director del Museo Art Nouveau y Art Déco de la Casa Lis implora ayuda, justicia, una disculpa, media explicación, lo que sea. Los destinatarios, claro, no son concejales porque en los ayuntamientos falta paciencia para la letra pequeña. Y las cartas no suelen estar escritas en el mismo cuerpo de letra que los carteles electorales.
La misiva empieza reconociéndose “desesperada”. La desesperación es la antesala de ese arquetipo de la genialidad llamado locura y la locura previene de enfermedades peores porque las tapa a todas. La locura también hace comprensible la muerte. Y ya que intentan amenazar con guadañas al museo más rentable de la región, su director recorre de madrugada los tejados enlutados de la ciudad en busca de gatos que le presten alguna vida sobrante. Y en éstas estamos. El director del museo necesita de un tratamiento rápido y eficaz pero no le dan consulta. Va de ambulatorio en ambulatorio buscando inyecciones económicas, pero mayo es mal mes: no se vacuna más que de alergias al polen.
La Casa Lis vive la noche más larga de su vida desde hace tres años. Entonces, el Ayuntamiento de Salamanca censuró toda actividad que se saliera de la muestra permanente: ni exposiciones temporales ni tareas educativas ni gaitas. Paralelamente, el mismo equipo de gobierno del PP, dejó de abonar el dinero comprometido -cuyo débito acumulado suma ya un millón de euros-. La restricción impuesta sobre la Casa no sólo afecta al visitante o a las colecciones que pudieron haber sido durante estos mil y pico días, sino también a los fondos modernistas del anticuario Ramos Andrade. Corren el riesgo de ser próximamente desalojados en ausencia de la contrapartida económica acordada.
Pérez Castro se siente “asfixiado”. Pero nadie muere así como así en nuestros días mezquinos. Hoy no se ahoga a nadie con una soga como sucedía en las películas de Hitchcock. Se hace con dinero, o, mejor dicho, manejando su ausencia. La asfixia es casi siempre económica. La inanición es la muerte más rápida y eficaz: no deja feas huellas en el cuello -salvo que uno se dedique a mandar cartas y a algún curioso le dé por leer-. Así se han cerrado periódicos y conventos. Cuando la administración descuida su función protectora de lo público, la promoción de la cultura queda relegada al postre. Además, normalmente, los gobiernos confunden la financiación y el fomento de algo con su tutela.
Aunque por aquí se trata al público de arte como si fuera un intruso, la salmantina Casa Lis ha tenido un millón trescientas mil visitas en diez años. De titularidad municipal, es el museo más visitado de la región. Por lo visto no falta interés ciudadano. Tampoco, dinero. Qué va. No hay más que reparar en la brega actual por abrir museos. Recientemente, en León y Valladolid. Creen los políticos que abrir un museo es como botar un buque. Cortar una cinta, romper la botella y el aparato caminar solo. Y en los caladeros del arte hay más tiburones que en el mar. En el mar hay bancos de peces y alrededor del arte bancos a secas e intereses espurios. Las obras sociales son el agua bendita con la que se lavan la cara las cajas.
El flautista de Hamelin sopla la flauta por casualidad y le salen notas disonantes, abstractas, animalísticas. La vidriada Casa Lis, transparente como el cristal con el que recibe al visitante, deja planteado otro debate: para qué los museos. El problema de abrir uno es cómo llenarlo después. Lo de menos es el edificio. Como dice Gamoneda, “luego hay que tener un picasín”.
En Castilla la Nuestra, en vez de reparar las catedrales y las iglesias románicas que se caen sillar a sillar, inauguramos museos de arte moderno como Franco hacía con los pantanos. Tenemos las neuronas ocupadas en lo más ‘in’ cuando nuestro patrimonio fundamental dista siglos del talento sincrónico. ¿Es tan imprescindible acudir al auxilio de las sirenas del arte actual? ¿Nos van a rescatar ellas a nosotros? ¿De qué? El museo es para cuando el círculo del arte está cerrado. El lugar lógico para lo contemporáneo deberían ser las salas de exposiciones. Pero es que inaugurar siempre es bonito. Es como alumbrar a un ser vivo. Para cerrar ya habrá tiempo. ¿Pero por qué cuando se abre un museo van las autoridades -principescas si es preciso- a hacerse la foto y cuando se cierra -o se cae una ermita- no hay acto de clausura? La muerte dejó de ser estética a partir del siglo XIX.
Otro escritor, Julio Llamazares, define como “paletada” haber gastado 2.600 millones de pesetas en el Musac leonés “con las necesidades que hay”. Se equivoca, es peor: son casi seis mil. En euros, la inversión supone unos treinta y cinco millones. A estas alucinaciones hay que sumar los 2,6 estipulados como presupuesto anual. Pero el dinero es frío y no adorna. Como estos sitios suelen nacer de la nada, luego hay problemas para encontrar el picasín de turno que salve las muestras, las colecciones. Somos la Comunidad Autónoma más activa en este particular. Ni que los necesitásemos. Segovia, Salamanca, Valladolid, León,... A este paso, “en Zamora querrán otro con toda la razón”. En 2002 había casi cuarenta museos ‘de lo naciente’ proyectados por todo el país. Un diluvio que nos aplasta.
En el caso del de Salamanca la suscripción del convenio de integración en la red regional se eterniza. Hay que desratizar la cultura de los intereses partidistas y las trabas burocráticas. La Junta ejerce de la antigua Casa Socorro, pero se demora en sus planes. Intenta apagar los fuegos, pero es un camión de bomberos con las ruedas pinchadas. El conflicto de competencias entre Comunidad y Ayuntamiento privan de solución de continuidad al museo. Una por otro, la Casa sin barrer. Y gracias, pues alguno la habría barrido en sentido estricto.
Pasa también que, en el mejor de los supuestos, a los mayores se los ingresa en residencias para ricos -no hay para más-. Y el edificio de la Casa Lis está mayor, ha cumplido los cien años. Esto, lejos de ser un aliciente puede convertirse en un problema. A los que no tienen posibles los conducen en coche hasta cualquier descampado y allí los dejan. Lo único que envejece bien es el vino. Y no siempre. A veces se pica por el aumento del ácido acético.
La manutención del museo o la idoneidad de las manos que lo llevan no deberían nunca haber abocado a los procedimientos oscuros y delictivos que usó Ángel Porras. El jefe de gabinete del inefable alcalde -y presidente provincial del PP- Julián Lanzarote no reconoció hasta que se produjo la llamada del juzgado que preparó durante la campaña electoral de 2004 casi diez mil anónimos con el objeto de emponzoñar la gestión del responsable de la Casa Lis. En la noble tarea contó con la participación de militantes del PP. La sede provincial del partido sirvió de testaferro. La solidaridad católica. El ácido, esta vez, ascético.
La Casa Lis resistió a un siglo sin treguas; sobrevivió a tantas idas y venidas que se acostumbró al movimiento. Ahora el estancamiento la agota. Sus bronces de Viena, sus esmaltes y porcelanas, sus criselefantinas, enmohecen cerca de unas balaustradas llenas de polvo. En el Ayuntamiento observan la jugada comiendo una bolsa de pipas. Castigan a la cabalgadura con la espuela pero el caballo es un Rocinante acostumbrado a soñar. Nunca se preocupó de la pecunia porque en las ventas pagaba siempre don Quijote. Espolear por espolear. Este consistorio salmantino no sabe si mata o espanta. Si jugarse a los dados el Museo o quemar los papeles del Archivo antes de que sea pronto. Hay quien, de tanto mirar el horizonte, se ha quedado estrábico. Esperemos que la Junta no mire tanto la cirugía china que pierda de vista los tumores que necesita operarse. Que llegue a tiempo y la dicha sea buena.