Desvelos

24 de octubre de 04

Las dos cooperantes italianas, después de soportar un cautiverio de veintiún días en el que fueron tratadas “con respeto”, llegaron por fin sanas y salvas a Roma. La información no llegó por vía occidental, sino a través de las televisiones árabes. Está por aclarar si el capo Berlusconi -ese Peter Pan que aprovecha que la ópera nació en Florencia para hacer sus pinitos desafinados en el bel canto de la política- soltó un millón de dólares por ellas. Mención aparte merece el gilipollas de Blair -su compañero Bono ya lo calificó así-. El ingeniero británico de 62 años retenido en Irak sabe que su vida vale lo que la de un pescado podrido. En un gesto desesperado se dirigió al líder laborista, pero sus súplicas no llegaron a Downing Street. Con gesto descompuesto y de un blanco diana, llamó mentiroso al primer ministro ante las inexistentes gestiones realizadas por el aplatanado dirigente. Para empeño, el de la gran Francia a la hora de intentar repatriar a sus dos periodistas. Pero Chirac, recién perdida la mayoría absoluta en el Senado, no consigue ni buenas palabras de los captores. Éstos quieren una derogación de la ley del velo. A la vez, las altas montañas desérticas de Afganistán pesan lo que medio kilo de dátiles en Mesopotamia. Las básculas están trucadas y el ladrón de Bagdad se cansa de corretear por los mercados que ve a su salto. Los señores de la guerra del Norte quieren plantar unos comicios para ver si nacen constituciones verde olivo.

Y aquí, mientras tanto, en el sur de Occidente, nos duele la democracia. Sartori, Bueno, Cebrián, Tecglen, Elorza, han dedicado las páginas de sus últimos ensayos a preguntarla, y los articulistas que nos conmueven cuestionan el sistema de raíz. ¿El acoso a que hemos sometido al diferente se ha convertido en una mascarada para sentirnos mejores? ¿La religión debería tener cabida en un Estado avanzado? ¿Qué es un Estado avanzado? ¿Podemos extender nuestras normas y leyes, nuestra concepción de la realidad? Para no pecar de comprensivos, si el Islam es “la pureza”, mejor otra de corte griego, trágica pero renovadora: la catarsis.

Pero, ya puestos, marchemos al origen de todo. Al principio fue Homero. Antes que Jesucristo, personaje que marca la medición de nuestra era. Al principio fue Homero, y, al principio, también, fue la guerra. A partir de entonces, vamos empeorando. Dicen los entendidos que, en literatura, después de ‘La Iliada’ y ‘La Odisea’ todo es decadencia.

Desde un punto de vista intelectual, no parece muy recomendable mezclar el consumo religioso con el opio del mercado. Si algo ha demostrado la última intervención ilegal yanqui es que la democracia no se puede exportar, y, menos, imponer. Si quieren deberse a un régimen fundamentalista, a una compota de religión y acta de vida, sólo podrá amortigüárseles con pedagogía.

A menudo nos sorprendemos dialogando, tertuliando sobre las culturas, las religiones, el Islam. En los países del radio no hay más que teocentrismo. En las cuevas no ha triunfado la enciclopedia y ahora les queremos llevar unos folletos de propaganda para que sustituyan los sueños de la razón por los del poderoso caballero. Resulta preocupante que el único positivismo que les alcanza sea el del Fondo Monetario Internacional, porque con la educación no se hacen negocios.

Si un dios es todopoderoso, Alá será el que más, pues ordena el cuerpo y el alma de sus seguidores; sin embargo, sus fieles son hijos de un dios menor, como el título de la novela de Watterson, ya que la primera división no se juega por terrenos en vías de desarrollo. Lo sagrado y lo profano se mezclan en undosa concepción. Pero, lo profano, ¿debe ser respetuoso con lo sagrado? El velo ha suscitado una polémica tal en Francia que el Gobierno ha tirado por la calle de Enmedio: todo signo religioso está prohibido. Amnistía Internacional y el sentido común dicen que es un ataque a las libertades individuales no permitir vestir una ropa que, según la creencia particular, está íntimamente ligada a la fe. Sería sano apartar el hecho religioso para algunos, pero Robespierre nos enseñó que ni la sanidad debe imponerse. Francia es, no obstante, un ejemplo de derechos y libertades, cuna de revoluciones y responsables cruces de civilizaciones.

¿Una religión puede usar el nombre de dios en vano? El islamismo autoriza la poligamia. ¿No es eso una forma de politeísmo desde nuestros ojos distantes, personalistas, ‘cuidadosos’ y ‘ciudadosos’? En los últimos días leemos que la poligamia es incompatible con la nacionalidad española. Así lo dicta el Supremo. En Turquía, el Parlamento aprueba en sesión extraordinaria una reforma del Código Penal para eliminar la cárcel para los adúlteros. El motivo es obtener un informe favorable a la apertura de negociaciones sobre la adhesión del país a la UE.

Una sociedad fundada sobre pecados y el sentido de culpa. Es lo que persigue ‘el Templo’, en la mejor tradición gótica. Y digo yo que el pecado es un muro en la costa. Dejémonos de eufemismos, moralinas y otras malversaciones del léxico público: cuando la economía no atiende a la distribución y se convierte en mercado, ¿no es una secta? Estamos contaminados de reduccionismo.

Dice el prestigioso fotógrafo canadiense Polidori que dejó de creer en Dios a partir de un viaje a Chernóbil. ¿En medio de este embrollo qué hacemos con tanto dios? Y si el hombre, luego, resultase ‘libre’, ¿para qué querríamos la existencia de un juez que no interviene? ¿Es dios un voyeur cualquiera? Como en cualquier caso, nos pilla todo muy arriba, sería más práctico recuperar a Rousseau y enarbolar un contrato social a escala planetaria, esto es, global. Zetapé, dentro de la moderación irritante de su partido, tiene últimamente gestos -flexibilizara la santísima estabilidad, por ejemplo-. Pronunció hace poco un discurso planetario en Naciones Unidas. Muy propio, aunque “de redacción de colegio”, para las fauces pepistas. Debió de sentirse grande al ver por la ventana de un reterete del edificio onuesco, a pocos metros, el East River al que cantaba Lorca. ¡Así cualquiera! (Inciso: lo que le falta al Pisuerga es bañar Nueva York; lo que echa de menos el Puente Mayor es conectar Queens o Brooklyn con Manhattan).

¿Quién se arriesga a vivir la tolerancia? En primera persona, no como una convención social. Porque hay señores de la guerra intramuros de nuestra europea península ibérica. Lo mejor de ser laico es aceptar la diferencia. Habrá que poner una vela que alumbre la duda y a retirar el burka de la conciencia, para que ésta, allá donde se dé, se deje iluminar.