18 de diciembre de 2014
“El exilio es una
decisión que otros tomaron por uno; el desexilio, una decisión individual”. Benedetti,
mejor persona que poeta, al cabo capaz de la admirable tarea de vivir en el
neologismo. Europa, exiliada de sí, desmembrándose mientras busca la postura, no se sabe si para el sueño a secas, o para el sueño cinematográfico, chandleriano
y eterno. A veces la eternidad dura siglos; otras, unos años. “El desexilio será un
problema casi tan arduo como en su momento lo fue el exilio, y hasta puede que
más complejo”. Quizá las aguas vuelvan a su cauce cuando ya no flotemos. Benedetti,
poeta regular pero hacedor de grandes aforismos, recapacita que el exilio “es
el aprendizaje de la vergüenza”, y el desexilio, “una provincia de la
melancolía”, ¿país de la tristeza? Europa, tan refinada, igual un día admite,
en plan Bunbury: “En realidad, prefiero que sean los demás los que se diviertan
y se lo pasen bien”. Seres para la muerte, que dijo aquel.