9 de diciembre de 2014
“En la literatura actual
no hay ya nada nuevo”. Harold Bloom. ¿Qué dirán los indies de las letras, los
pobres? “La mayoría de los que se llaman a sí mismos poetas sólo son
versificadores”. Correcto. “La mayoría de los críticos no lo son de ningún
modo; se trata de periodistas”. Correcto. “No me parece que en la literatura
contemporánea (…) haya grandes poetas como
Valéry, Trakl, Ungaretti, Cernuda, o novelistas como Proust, Joyce, Kafka y
Beckett, el último de la gran estirpe”. Correcto. Recomienda también a Parra,
Vallejo y Paz, y aporta una precisión conveniente: “Borges era fascinante, pero
no era un creador”. Decir no hay nada nuevo puede parecer retórico en el sentido de
que el propio Cervantes, además de contemporáneo, como cualquiera, es un autor moderno.
Y supone titular por la regla, como procede, y no por la excepción; generalizar, a pesar de la posmodernidad rampante del ámbito ideológico, se vuelve necesario: gracias a ello trazamos el arco del análisis y la sociología. Tres páginas adelante,
Vila-Matas en su columna, arranca: “¿No oímos alguna vez que ‘todo está
escrito’? A mí, desde tiempo inmemorial, han tratado de convencerme de esto.
‘La imposibilidad de ser original’, repetía el primero que intentó
desengañarme; me acuerdo muy bien de él: un tipejo que carecía de talento
literario y ajustaba cuentas con todo el mundo que escribía, en lugar de
ajustarlas consigo mismo, lo que tanto le habría convenido”. La segunda verdad es compatible con la
primera. Los dos juegan en el mismo tablero, con las mismas piezas. La posibilidad real, y necesaria, de continuar excavando galerías
encaja con la realidad de una tierra colmada de osarios. La
originalidad tiene que ver con lo viejo, o, como dice el libro del que habla
Vila-Matas, La novela múltiple -de Adam
Thirlwell-, “una obra nueva sólo tiene sentido si forma parte de una tradición,
pero sólo tiene valor en esa tradición si -como ocurre con Diderot con respecto
a Sterne- ofrece algo nuevo”. A los reaccionarios les desasiste la razón cuando reniegan de la forzosa contemporaneidad real. El arte no puede dormirse entre laureles. Debe
estar caminando. Como Walser.